(Fotografía de Uri Vagham, La Habana, 2003)

sábado, 5 de julio de 2025

La criminalización de la cooperación médica internacional, nuevo objetivo del imperio y sus títeres contra la Revolución Cubana

 

Fuente: Cubaminrex

Ahora que la iniquidad en su máxima expresión quiere ensañarse contra uno de los ejemplos más admirables de solidaridad de la Revolución Cubana con los pueblos del mundo y en especial con los más vulnerables, la cooperación médica internacional, ahora que los que promueven el odio anticubano en forma de criminal bloqueo han pensado que enfangar con mentiras esa admirable labor sea el mejor camino para desterrar de las mentes la elocuencia incontestable de un proyecto orientado a proveer de sus derechos a quienes más necesidades tienen, no puedo evitar que vengan a mi memoria algunos pasajes de mi vida como trabajador humanitario.

Aun sabiendo que esta acometida indigna no es nueva y que el desleal gobierno yankee y sus tracatanes llevan años intentando destruir esa obra magnífica con todo tipo de mentiras y artimañas, como por ejemplo con la presión y el chantaje a los profesionales cubanos para que deserten de las misiones sanitarias en las que intervienen, sí lo es el actual formato de perseguir y amenazar a los países receptores de la ayuda y a sus funcionarios, es decir, la extensión de la perversa extraterritorialidad del bloqueo comercial y financiero a esta actividad de la cooperación, canalla innovación que resulta especialmente repugnante. La “excusa oficial” es lo de menos pues podrían implantar estas medidas sin justificar nada, pero se ríen de todos denunciando que las actividades que los cooperantes cubanos desarrollan por el mundo es una suerte de “trabajo esclavo” al que les somete su gobierno. No creo que merezca la pena ni siquiera comentarlo, pero sería la primera vez que a los gobiernos contemporáneos de EEUU les preocupa la situación de trabajador alguno, ni sus derechos laborales, ni en el mundo, ni en su propio país, sobre todo si se trata de aquéllos que contribuyen con su trabajo al expolio al que el país norteamericano somete a los demás cuando caen en sus garras.

Conmueve, eso sí, que los trabajadores de la salud cubanos sean objeto del interés y la preocupación de las autoridades norteamericanas por sus condiciones laborales, ¡cuánto honor!, seguro que ni ellos mismos se lo creen dada la circunstancia de que es la primera vez que esto sucede. Todo ello sin perder de vista la similitud que esta obsesión de los políticos anti-cubanos y sus terminales mediáticas tienen con la de los mercenarios de dentro de la isla que se echaron a las calles el 11 de julio de 2021 para, entre otras hazañas, apedrear centros sociales, servicios de urgencias pediátricos y residencias de mayores y de discapacitados, amenazando a pacientes, familiares y beneficiarios. No es casualidad: nada hace más daño a los embates de esa purrela que la gran obra de la Revolución puesta en pie y alcanzando a quienes más la necesitan, sea en forma de equipo médico operando en un hospital de la selva amazónica o de trabajador social evaluando las necesidades de las familias en un barrio periférico de Ciego de Ávila.

Es mucho esfuerzo y dinero de los contribuyentes de EEUU despilfarrado inútilmente en destruir con mentiras, manipulaciones y sabotajes los logros de esa obra colosal para que la realidad de la misma, a los ojos de todos y todas, les ponga en evidencia un día sí y el otro también, durante más de 60 años. Lo individual, el egoísmo y el dinero frente al beneficio de todos y la solidaridad o, dicho de otra forma, el envío de soldados para sus guerras de saqueo colonial frente al de un ejército de batas blancas para salvar vidas, aliviar el dolor y mejorar la salud de quienes la han perdido o están en trance de hacerlo. No hay color ni comparación, ellos lo saben y por eso buscan su descrédito y su destrucción: mientras esta inmensa labor de Cuba siga en pie y a los ojos de todos y todas las posibilidades de acabar con ella son mínimas. Por eso tienen que intentar criminalizarla.

 

A propósito de la cooperación y los cooperantes

He trabajado como voluntario en diversas ONG’s médicas europeas durante muchos años de mi ya dilatada carrera profesional, en distintos proyectos de cooperación. Co-operar es, etimológicamente, “operar con otro” y en su esencia esas intervenciones estructurales son algo completamente distinto a la ayuda de emergencia, en especial si esta se plantea como ayuda humanitaria. La cooperación se basa en acuerdos donde cada parte aporta algo: unos el trabajo (ONG’s) y otros, donantes o contrapartes, una compensación a los primeros, que puede ir desde fondos con que sufragar sus gastos, hasta moderación arancelaria para algunos productos exportables, facilidades financieras u otras políticas bilaterales concretas. El trabajo de los profesionales que participan se valora teóricamente muchas veces “a precio de mercado” a la hora de elaborar los presupuestos y pasa a formar parte del monto que recibe la ONG que firma el convenio y realiza las tareas. Pero estas organizaciones tienen sus propias necesidades de gestión, infraestructuras que no paga nadie y problemas de financiación de proyectos que no encuentran donante, por lo que la propia entidad no gubernamental debe detraer cantidades de los proyectos financiados para asegurar su propia supervivencia y la viabilidad de otras intervenciones, lo que hace si los fondos recibidos “no son finalistas” y, como entidades sin ánimo de lucro, sin sobrepasar determinada proporción y siempre en la categoría de gastos indirectos. Esto siempre ha sido así, tanto en la Cooperación Norte-Sur, como en la Sur-Sur, que es la que practica Cuba allá donde sitúa sus misiones médicas.

En el caso de las ONG’s europeas e internacionales, los cooperantes son voluntarios, es decir, aportan no solo su trabajo, sino que aceptan también una percepción muy por debajo de su salario profesional normal, asumiendo que eso sea así y participando libremente en los proyectos tras aceptar esas condiciones. Se trata de voluntariado y no de trabajo remunerado y nunca se ha oído, en los más de 35 años que conozco, trabajo y colaboro en la cooperación al desarrollo, que EEUU ni país alguno haya planteado la más mínima objeción a que así sea. Los voluntarios no asumen directamente el trabajo concertado, sino que lo hace la organización a la que pertenecen, la que ha firmado el convenio de colaboración y sus términos, que son libremente aceptados por las partes y por los voluntarios.

Los países que necesitan cooperación internacional no contratan profesionales individualmente para atender sus necesidades. Esa fórmula puede servir para asegurar la participación de un especialista concreto que realice una evaluación puntual o una asesoría técnica específica, pero no vale para desarrollar la Atención Primaria de Salud de una población, para asegurar el funcionamiento de un hospital, para poner en marcha un programa de vigilancia epidemiológica, ni para realizar una intervención de emergencia tras un desastre natural, la guerra o un brote de violencia. Sería imposible para cualquier país o comunidad en desarrollo pagar a precio de mercado el personal necesario para llevar a cabo esos programas, por lo que las comunidades necesitadas y los países afectados alcanzan acuerdos de colaboración con entidades oficiales u organizaciones de otros países para obtener ese servicio (cooperación) a costes soportables por los primeros. Y quien esto suscribe, en todos sus años de cooperante en muchos países del mundo, jamás pensó que era víctima de una forma de esclavitud por hacerlo, ni que realizaba “trabajo forzado”, pues libre y voluntariamente lo aceptó en el marco de un acuerdo entre una organización a la que pertenecía y un donante o una entidad beneficiaria, asumiendo todas las cláusulas del mismo. Ni me puedo imaginar la cara de mis compañeros, primero, y las carcajadas, después, si alguien hubiera insinuado entonces o ahora que éramos víctimas de explotación laboral. La ignorancia, el atrevimiento o la mala intención siempre fueron, además de necias, muy atrevidas.

 

Y en eso, llegó Fidel

Y, entonces, ¿por qué ahora esto debiera ser diferente para Cuba y sus profesionales? Me imagino la respuesta, que no será muy diferente de la que han dado al anticubano Secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, los gobiernos de muchos de los países en los que colaboran los equipos médicos cubanos, desde México a Brasil, desde Jamaica a Honduras, desde Italia a Gambia. En la actualidad 56 países reciben esta ayuda y más de 24.000 colaboradores cubanos repartidos en ellos la llevan a cabo. Pero no nos engañemos: el mal vecino de Norte con esta andanada solo busca que la solidaridad que inspira esa colaboración cubana quede eclipsada con falsas acusaciones y, de paso, cortar otra fuente de financiación con que el bloqueado y maltratado país del Caribe hace frente a sus necesidades de supervivencia.

En mi devenir en este mundo de la cooperación internacional he tenido contacto y he admirado la grandeza de la colaboración médica cubana en muchos sitios y, al igual que todos los cooperantes que conozco, en sus dos versiones más extendidas: la ayuda médica directa de los equipos de salud y el trabajo de los profesionales de los países receptores de ayuda que han sido formados en Cuba, especialmente en la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), otra de las enormes obras de Fidel. En la mayoría de los países de África, América y Asia, las brigadas médicas cubanas son referente obligado tanto de quienes trabajan en cooperación internacional, como de los que lo hacen en los organismos multilaterales o en entidades locales: nadie conoce mejor que ellos el terreno, ni la población, ni sus problemas, porque llevan años ejerciendo su labor y, en muchos casos, son el sostén de los propios sistemas de salud de aquellos países. Conozco de primera mano que, en Guinea Ecuatorial, por ejemplo, la información sobre la situación epidemiológica de la población que tienen los cubanos es en la práctica la única fuente fiable que sobre ella puede consultarse.

Cuando ocurrió el terrible terremoto que devastó Haití en 2010, las brigadas médicas cubanas no tuvieron que llegar a aquél atormentado país porque ya estaban allí. Cuando 9 meses después se desató la terrible epidemia de cólera que siguió a la catástrofe natural, el desbordado desembarco de cooperantes, marines y ayuda humanitaria había pasado a ser tan solo un recuerdo y sus protagonistas habían regresado a casa. ¿Todos? ¡No! Los equipos médicos cubanos y los de Médicos Sin Fronteras eran los únicos que seguían en el terreno desarrollando su altruista y necesaria labor humanitaria.

 

Eric en Ruanda


Pero permítanme que eche la vista atrás. Corría el verano de 1994 cuando se produjo el éxodo de los supervivientes del genocidio ruandés que, exhaustos, alcanzaba la frontera de su país con el Zaire (actual República Democrática del Congo) hasta ocupar los alrededores de la ciudad de Goma, junto al lago Kivu, conformando en pocos días los campos de desplazados más grandes de los conocidos (casi un millón de personas entre los de Mugunga, Kibumba y Katale). En el equipo de la ONG en que realizábamos nuestro trabajo en el endeble hospital de campaña instalado en el campo de Mugunga, por encima de las enormes dificultades del día a día para atender a unos pacientes en situación límite en plena epidemia de cólera, pesaban otras adicionales de difícil manejo, como el idioma. La mayoría de los pacientes hablaban en kinyarwandés y en su lengua se comunicaban con el personal local que habíamos podido reclutar entre los refugiados, la mayoría auxiliares de clínica y alguna enfermera. Este personal por lo general era bilingüe y, además de en su idioma, hablaba también en francés, por lo que usaban esta lengua para relacionarse con el personal español. Por lo tanto, durante el interrogatorio clínico a los debilitados pacientes estos explicaban sus síntomas en kinyarwandés al personal local, el que nos lo traducía al francés, para nosotros después, con nuestras dificultades para entender y hablar el idioma de Molière, interpretar aproximadamente sus palabras. A continuación, nuestras preguntas corrían en la dirección contraria, de boca en boca y de lengua en lengua, hasta llegar al doliente enfermo quien las recibía mostrando gran extrañeza, seguramente porque en ese complejo tránsito se había devaluado su sentido e intención hasta dejarlas fuera de contexto.

Era, por tanto, un procedimiento extraordinariamente ineficaz, largo y complicado, en unas circunstancias en que, precisamente, la agilidad en la atención y la precisión en la información era, aquí sí, vital. Este asunto y la escasez de personal local que colaborara con nosotros añadía a las difíciles condiciones de trabajo unas restricciones casi invencibles para nosotros. Pero una mañana, mientras nos preparábamos para salir hacia el hospital, alguien llegó con una noticia que nos llenó de alegría y esperanza:

-          - Han encontrado un médico ruandés, entre los refugiados, que habla español. Está dispuesto a trabajar con nosotros. Nos está esperando en el campo.  

La novedad, a pesar de la satisfacción que nos produjo, nos llenó de dudas y de incredulidad. Las probabilidades de encontrar un médico entre los refugiados eran remotas, casi tanto como hacerlo entre la población general de aquel país, pero que además hablara castellano, inverosímiles. A pesar de ello afrontamos la buena nueva con curiosidad e ilusión. Poco más tarde se desveló el enigma: mientras me acercaba a saludar al nuevo compañero le escuché conversando con otros, y entendí que la información recibida no era del todo correcta. Aquel médico ruandés no hablaba español: ¡hablaba cubano! que esa una cosa diferente.

Y al oírle exclamar un “No ‘e fasi” ante la visión desoladora de los pacientes de una de las tiendas que componían nuestro provisional hospital, lo entendí todo: se trataba de un ruandés que había cursado sus estudios de Medicina en Cuba, en el marco de los programas de formación becada que mantiene ese país en beneficio de miles de estudiantes humildes de todo el mundo en desarrollo. Como era lógico, Eric, que así se llamaba el nuevo compañero, y yo sintonizamos a la perfección y en las semanas que pudimos compartir trabajo y anécdotas de momentos vividos en la prodigiosa isla pude admirar su entereza, la dedicación a su pueblo, su solidaridad inmensa, su excelente formación médica, su vocación y su enorme agradecimiento por todo lo que Cuba hizo por él y, de forma indirecta, por su castigado pueblo.

El testimonio que dio de las atrocidades que presenció en su país sirvió para conformar la causa por la que un tribunal internacional juzgó, más tarde, a algunos criminales y genocidas ruandeses autores de las matanzas de tutsis y hutus moderados. La pertenencia a su pueblo y la comprensión de sus claves culturales, algo imprescindible en la relación médico-paciente, hicieron que mejoraran los resultados de nuestro humilde hospital y la atención a los enfermos.

No sé qué habrá sido de él. Supongo que su destino no sería mucho mejor que el de los demás refugiados ruandeses, la mayoría de los cuáles fallecieron en los meses siguientes por las terribles condiciones de vida a que estaban sometidos, por la violencia que existía dentro de los campos y el hostigamiento de policías y milicias zaireñas fuera de ellos o, incluso, por la represión que ejercían las nuevas autoridades ruandesas contra quienes regresaban del exilio.  Pero su recuerdo jamás se borrará de nuestra memoria, porque forma parte indeleble de esta historia, que es tan solo un pequeño eslabón en la obra de la Revolución Cubana.

De la misma forma que no olvidaremos su voz, en medio de aquella hecatombe africana sumida en un babel de lenguas, exclamando: “¡P’al carajo, mi hermano, esto está de pin... (y cepillo)”!

 

Samir en Palestina




En abril de 1996 el ejército israelí bombardeó un refugio bien identificado y repleto de población civil en las proximidades de Qana, en el Sur del Líbano, ocasionando una masacre de más de cien personas. Triste pródromo, como otros muchos, de la barbaridad y del genocidio que el gobierno de Israel ejecuta contra el pueblo palestino de la franja de Gaza desde hace 20 meses (en junio de 2025). Acudimos a aquel lugar con premura una representación de la organización a la que pertenecía, en misión exploratoria financiada por la Agencia de Cooperación Española (AECID) con el fin de conocer la situación de la población en el terreno, circunstancias del ataque y posibilidades de puesta en marcha de un programa de ayuda a la población damnificada.

En este tipo de misión uno de los objetivos es siempre encontrar entidades locales, gubernamentales o privadas, que puedan servir de contraparte a la que promueve la ayuda y personas que por su posición, liderazgo o conocimiento de la población beneficiaria pudieran colaborar en la gestión de la ayuda en sus diferentes fases. Viajamos a Tiro tras algunos días en Beirut. Esa histórica ciudad del Sur del Líbano es la más próxima al lugar del ataque y donde se ubicaban las instancias administrativas y las autoridades con quienes convenir todo lo relativo a un programa de asistencia sanitaria y ayuda médica y quirúrgica dirigida a la población afectada por el brutal ataque y por otros que se sucedían habitualmente. Una gran parte de esa población habitaba en el campo de refugiados de Rashidieh y allí establecimos nuestro centro operativo. Aún recuerdo el impresionante y multitudinario funeral de las víctimas de aquella atrocidad en las ruinas del teatro romano de Tiro. Creo que fue allí donde conocimos a Samir. Nos lo presentó una enfermera española que vivía en aquélla histórica y torturada ciudad, de nombre Manolita, y lo hizo asignándole el espléndido título de ser un “farmacéutico palestino que habla español”.


Como en el caso de nuestro admirado Eric, el jovial Samir hablaba en cubano a la perfección porque fue en la mayor de las Antillas donde se formó como farmacéutico. Enseguida conectó con todo nuestro equipo y rápidamente apreciamos tanto su calidad humana como sus óptimas condiciones para trabajar con nosotros en la puesta en marcha del proyecto de apoyo a la población palestina que en ese momento empezábamos a pergeñar: apoyo médico al sistema de salud de los campos de refugiados palestinos del Sur del Líbano. Como quiera que uno de sus componentes fundamentales era la ayuda farmacéutica y Samir contaba con el conocimiento y los contactos necesarios en ese sistema, su contribución se nos tornó simplemente ideal.

Recuerdo en esos días de planes y proyectos las fantásticas veladas que pasamos en un café del puerto, acompañados del querido Luis Valtueña, que sería brutalmente asesinado en Ruanda poco después, recordando historias vividas en Cuba, que el farmacéutico relataba con gran nostalgia mientras nos deleitábamos con aquellos aromáticos narguiles. Samir no ocultaba la enorme gratitud que sentía por Cuba, donde vivió los momentos más bonitos de su vida, por la oportunidad que le había dado de convertirse en un profesional y, por eso mismo, por la gran ayuda que Cuba brindaba a su perseguido pueblo.

-          - Cómo me gustaría volver, mi hermano.

-        -   Lo sé. Seguro que algún día lo conseguirás.

El programa de ayuda se puso en marcha poco después y yo regresé a España. Durante algún tiempo mantuve el contacto con Samir, que se involucró a fondo en aquel trabajo, del que llegó a convertirse en referente imprescindible. No sé si mi amigo palestino pudo volver a la isla de nuestros amores, deseo con todo el corazón que así haya sido, y que en ese anhelado viaje de retorno haya podido revivir alguna de aquellas maravillosas historias que con melancolía rememoraba durante los días que compartimos trabajos, recuerdos y deseos de justicia.

 

Mitch

Foto: Javier Teniente

Noviembre de 1998: el huracán Mitch acababa de arrasar extensas zonas de Centroamérica. El equipo internacional de emergencias en el que yo participaba como voluntario fue de los primeros en entrar en Honduras tras el desastre, junto a los equipos médicos cubanos. La devastación era inmensa y las posibilidades de acceder a los lugares más castigados prácticamente nulas. Como anécdota contaré que tres meses después del paso del huracán, llegábamos cada día a comunidades rurales muy aisladas a las que aún no se había acercado nadie ni a preguntar qué había pasado. Como algún campesino me comentó: “A los que se ahogaron, les enterramos y, después, cada cuál a lo suyo”. Es la experiencia brutal y cotidiana de quienes no han tenido nunca contacto con un Estado, y si lo han hecho no ha sido en beneficio de ellos ni de sus familias. Nuestro equipo estaba compuesto por personal de salud (médicos, pediatras y enfermeras) y por otro personal que atendía las tareas logísticas. Trabajábamos coordinados con el sistema de salud local, con quien intercambiábamos permanentemente información de situación y tareas realizadas y con quienes pactábamos la programación semanal de visitas y actividades. Previamente habíamos hecho gestiones en la capital con el Ministerio de Salud quien conocía al detalle nuestros planes, nos facilitaba todo lo que estaba a su alcance para que realizáramos nuestra tarea de atención urgente y socorro y cuyas autoridades nos mostraban su gratitud por todo ello.

Atendíamos, por tanto, continuamente a personas que no habían visto a un médico o a una enfermera en toda su vida, pues los rudimentarios trabajos de salud los realizaba en cada comunidad un agente de salud que había recibido una pequeña capacitación para hacerlo. Como resulta evidente, y mucho menos en aquellas circunstancias, nadie nos exigió tramitación alguna para realizar nuestras tareas y sobre lo relativo a nuestra titulación profesional y cualificación, nuestra ONG, legalizada en aquel país, garantizaba todo lo preciso. Pero una mañana nos llegó la noticia de que el colegio de médicos de Honduras, asociación gremial de los galenos nacionales, prohibía a los médicos cubanos que formaban los equipos de emergencia destacados por ese país, asistir a las victimas “por no estar colegiados” en Honduras. Nos quedamos perplejos y rápidamente conectamos con compañeros de otras organizaciones españolas y de otros países para conocer lo que nos imaginábamos: que a ningún médico procedente de otras latitudes se le había exigido tal requisito para realizar su labor diaria. ¡Solo a los cubanos!

Unos galenos, los hondureños, representados en esa arcaica organización profesional, que trabajan en la capital o en ciudades grandes y que atienden a sus opulentas clientelas con todas las comodidades de sus consultas privadas en las que recaudan pingües beneficios, pero para quienes los compatriotas pobres que viven en zonas remotas y aisladas no cuentan, ¡hasta ahí podían llegar! ni merecen la más mínima atención, entre otras cosas porque nunca la podrían pagar. Pero el colmo del cinismo y la iniquidad se alcanza cuando se intenta prohibir o impedir que otros profesionales de la salud, estos sí vocacionales y con un sentido de su obligación que trasciende el logro material para garantizar el derecho de todos a la salud, atiendan a los enfermos salvando vidas, mitigando el dolor y acompañando a quienes lo necesitan.


El clasismo, cuando no el racismo, del rancio colectivo médico y su sectarismo ideológico le hacía anteponer sus obsesiones pacatas y mendaces al derecho a la atención de la población hondureña enferma o afectada por el desastre, abandonada por ellos históricamente, a la que, cual perro de hortelano, preferían dejar sin atención de salud antes de que otros, con su esfuerzo y su solidaridad, les dejaran en evidencia ante el mundo. Esta inmoral actitud la vimos, tiempo después, en otros países, como en Brasil, y también contra la cooperación médica cubana (https://bit.ly/4nArwmy). ¿Por qué será?

 

Yo me acuso, Mr Rubio

En eso mismo anda el gobierno de los EEUU contra Cuba y la ayuda médica cubana, en uno de sus ataques más vergonzosos y vergonzantes que recordamos, y eso que  habían colocado su propio listón bastante alto. Estamos inmensamente agradecidos a los médicos cubanos y a los de otros países que se han formado en Cuba por su inmensa labor en favor de la salud y los derechos de los más necesitados y a la Revolución que lo ha hecho posible. Son un ejemplo para todos. Y los que les denigran o pretenden impedir su trabajo, se nos antojan como una de las mayores vergüenzas que soporta este mundo.

Reconozco aquí, por tanto, y en relación a todo lo tratado, que he sido víctima de trabajo esclavo, como todos los cooperantes europeos y de otros países que hemos trabajado en proyectos de cooperación estructural y de ayuda humanitaria percibiendo unas remuneraciones por debajo de nuestro salario normal, ya que pensábamos que ello formaba parte de nuestra aportación como voluntarios.  Pero no, por el Departamento de Estado de EEUU ahora sabemos que nos han explotado, por lo que pedimos también que se sancione a las ONG’s que han abusado de nosotros y a los países y comunidades receptoras de nuestro trabajo por consentirlo.

Ah, y a los pacientes a los que hemos curado, tratado, ayudado o, simplemente, atendido, que nos perdonen también por haberlo hecho. 

 

Epílogo

Los autores de esa indigna persecución a la cooperación médica internacional de Cuba se califican por sí mismos con sus obras. Cuando parece imposible, siempre nos sorprenden con algo más inicuo y rastrero. La infamia continúa y sube de tono, pero ¡la solidaridad también!

 

 

Manuel Díaz Olalla
    Médico cooperante
29 de junio de 2025

 

 


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